No sé ustedes, pero yo aún no he terminado un viaje y ya estoy pensando
en el siguiente. Esa extraña sensación de alegría al imaginar tu próximo destino, tu próxima aventura, a dónde te llevará ese próximo camino.
Siempre he dicho que viajar es como una bendición y maldición a la vez, es imposible parar una vez que comienzas a descubrir el mundo. Siempre habrá un lugar más remoto, más exótico, más, más, más… Ese bicho raro, que te pica las tripas cuando te quedas estático, que te hace querer volar al primer destino que apareciera frente a ti.
No hay mejor manera de apasionarte más por los viajes que cuando llevas tu mochila al hombro y compartes un momento con algún otro viajero, que te cuenta historias de aquel lugar increíble donde conoció a personas maravillosas y pasó momentos inolvidables. Por qué, aunque no nos demos cuenta, así sonamos cada uno de nosotros cuando hablamos de nuestros viajes y aventuras. Sin darnos cuenta estamos contagiando a quien nos escucha de ese bicho viajero.
A mí me ha pasado más de una vez… mi mayor recuerdo fue en el año 2002. Recién había llegado a Tailandia, había pasado unos días increíbles en Bangkok, disfrutando de su caos con olor a curry y licuados de frutas tropicales. Así después de 3 ó 4 días en la capital decidí tomar dirección norte, rumbo a la jungla del triángulo dorado que se forma con las fronteras de Laos y Myanmar (la antigua Birmania). Me
embarqué en un tren con destino a Chiang Mai y en ese largo viaje conocí a un viajero desconocido del cual no recuerdo su nombre, sé que era alemán y que es el culpable de haberme contagiado con sus historias de uno de los mejores bichos viajeros, el bicho transiberiano.
Su viaje comenzó en Moscú algunos meses antes y me contaba historias de
lugares remotos en la taiga siberiana o de paisajes nevados que observaban desde la ventana del tren mientras tomaban un té y charlaban durante horas. Su compañero de viaje, había tenido que volver a casa por qué se había roto una pierna mientras hacían una carrera de camellos en el inmenso desierto del Gobi en Mongolia.
Quedé cautivado por ese extraño tren que recorría casi 8000kms atravesando la Rusia europea, cruzando Siberia hasta el Océano Pacífico y otras vertientes que cruzan Mongolia o la provincia China de Manchuria hasta Beijing.
Desde ese momento supe que algún día tenía que hacer ese viaje, recorrer esa tundra siberiana, tomar un té admirando los paisajes nevados y montar un camello en el desierto del Gobi. Durante 12 años ese bicho viajero me pico las tripas y no me dejo en paz hasta que en septiembre 2014 logré el objetivo aunque en dirección contraria, en un viaje increíble que comenzó en Hong Kong (con una breve escala de 3 días en Dubai y Abu Dhabi) y terminó en el círculo polar ártico de Noruega cruzando 9 países y casi 20,000kms de recorrido por tierra.
Poco a poco estoy haciendo un recuento de esas aventuras en mi blog personal Crónica de un Viaje en Solitario (viajeensolitario.wordpress.com) y también los iré compartiendo en Quiero Volar! – Comunidad Viajera.
Para que así como yo agradezco a ese alemán desconocido, que me contagió de ese bicho. Yo espero con estas palabras pueda contagiarte también a ti. Para que estés donde estés, imagines tu próximo viaje y esto se convierta en una epidemia de bichos viajeros.
A Volar!
Mexicano por nacimiento y ciudadano del mundo por elección, Diego actualmente vive en Barcelona. Apasionado de los viajes y las diferentes culturas, disfruta de fotografiar todo aquello de sucede a su alrededor mientras viaja. Sobretodo capturar aquellos momentos cotidianos de la vida en otras latitudes y que al ojo del viajero pueden parecer exóticas.
Su reto de vida: conocer, experimentar y disfrutar más países que los años de vida que tenga. Asi que espera vivir más de 200 para poder conocerlos todos.
Motto: «Vivo para viajar, Viajo para Vivir!»
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